Saturday, March 05, 2005

Siempre que voy a un chino pido arroz frito con gambas. Y estoy harta, no de pedir siempre lo mismo, sino de que nunca me pongan las gambas. La próxima vez no me frena ni dios. Y a ésos les pongo yo una hoja de reclamación como que me llamo Lucía. Es que los chinos no me pueden joder a mí la noche por esa gilipollez. Y lo peor es que yo sé que me la joden porque mis glándulas salivales llevan segregando agua -o lo que sea- todo el día y se topan, pobrecitas mías, con cuatro granos de arroz y unas tiras de zanahoria más secas que el hueso de jamón que hay en mi casa. Pues se acabó. ¿No decoran sus palacios imperiales con acuarios? Pues que críen ahí langostinos si hace falta, que firmen un convenio con Los Romerijo de Sanlúcar o que se tiren ellos mismos a la cazuela, que algunos tienen los bigotes más largos que el gambón mayor del reino. Yo lo tengo claro: mañana, un japonés.

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