Tuesday, March 22, 2005

Hoy es martes santo. Bueno, eso dice la Iglesia, porque para mí es martes y punto. Un martes más bien descafeinado. Las tiendas están abiertas, con olor a trabajo, pero los clientes van entrajetados y encorbatados, con olor a perfume barato. Es ridículo encontrarse con un niño de 16 años repeinado, con gomina, con chaqueta y pantalón de pinza comprando una lata de coca cola en la tienda del barrio. Aunque, pensándolo bien, quizá no sea ridículo, sino un coñazo. El nene se bebe la coca cola viendo –y valga la redundancia– pasar el paso. Igual hasta se la tiran encima. Igual hasta le manchan el traje que su madre ha recogido hace un momento de la tintorería. Igual ni se la bebe. Pero el subnormal del nene sigue allí, parado, boquiabierto, viendo aquel escenario de incienso y velas entre capirotes. Yo, mientras tanto, maldigo la coca cola, al tendero y al que le vendió la gomina al imbécil ése. Quiero llegar hasta mi casa, pero no puedo. Ni el volumen de la radio del coche me tranquiliza. Pito, pito más y más, pito y grito, pero la gente pasa de mí y yo sigo sin poder pasar. ¿Martes y punto? Más bien le quitamos la n al punto.

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