Tuesday, April 29, 2008

Ratchet & Clank

Llevar un molatrón en el bolso no es mala idea. A saber. Molatrón es un arma pacífica. Es como una granada, pero no hace daño. Tú la coges, la tiras a tus enemigos y, en vez de explotar y montar un cristo, se convierte en una bola de discoteca con la que tus enemigos no pueden dejar de bailar. Entonces, tú aprovechas y los acribillas porque ellos sólo pueden bailar, bailar y bailar. No sé muy bien si son conscientes de que han sido atacados por el molatrón. Igual se lo pasan pipa sin tener ni idea de la paliza que les espera. Pero eso da igual, porque son los enemigos. Ahora mismo me gustaría tener un molatrón a mano. No por atacar, sino por partirme de risa viendo bailar a cierto personaje. No diré, por supuesto, quién es mi víctima. Mola el molatrón.

Reclamación

Se lo he robado a Raúl.

Monday, April 28, 2008

La más maja de las dos


Y cuando Consuela apareció fea, con menos pelo y con diez años años más que él, el mundo se me vino abajo. ¿Y si he perdido la batalla? ¿Y si aquello que quise ya no vuelve? ¿Y si abro los ojos y descubro la verdad? Ni Elegy es una obra maestra; ni Penélope Cruz, la maja vestida. Mi mundo, evidentemente, volvió arriba.

Sunday, April 27, 2008

Domingo, 00.57 horas

Ésta es la conversación entre una persona normal y un jugador compulsivo de la Play.

Persona normal: Tengo antojo de chocolate.

Jugador compulsivo de la Play: Cuál? Qué has dicho?

P.N.: Que tengo antojo de chocolate.

J.C.P.: Que tienes qué?

P.N. Antojo de chocolate

J.C.P.: Y qué hacemos? Quieres ir a comprar?

P.N.: Vale

...Diez minutos después...

P.N.: Tengo antojo de chocolate.

J.C.P.: Ahora, ahora vamos, espera que termine la partida.

P.N.: Alonso no gana ni en la Play.

J.C.P.: Un segundo.

Voz en off: Alonso va séptimo

P.N.: Malísimo Alonso.

J.C.P.: [No responde]

P.N.: Me voy a dormir.

J.C.P.: Espera un segundo.

Tick tack tick tack...

J.C.P.: Qué pasa? A ver dime, iba primero y he quedado el último.

P.N.: jajaja

J.C.P.: Es que te has puesto a hablarme. Qué querías?

P.N.: Tengo antojo de chocolate.

J.C.P.: Pues vamos, yo no tengo prisa.

Sólo está detenido por ser un extranjero

Hace unos días, en Granada, descubrí varias cosas. Pero aquí sólo voy a contar la buena. Es este poema. Su autor, Jesús García Calderón.

Manos de piedra

Es una tarde dulce y es otoño en el sur
y en la oficina gris hay un hombre sentado
que mira la ventana como si fuera un sueño
que no puede alcanzar y sin embargo es suyo.
Sólo está detenido por ser un extranjero,
porque tiene esperanza y no tiene trabajo
y entretanto murmuran los feroces teclados
una canción sin labios. Desdichados hospicios.
Así me lo confiesa, casi sin preguntarle:
mataban a sus padres y guardaban los niños,
para robar sus almas. El aire del despacho
se ha llenado de oscura soledad de palabras,
y han llegado hasta aquí los inmensos demonios
que ya nadie recuerda. Allí tuvo que amarlos,
allí vivió su infancia, allí inició su huida
y allí supo que siempre lo acecharán sus fauces.
Y nos miran los grises funcionarios de siempre,
nos miran con desprecio, diciéndose por qué
tiene que hablar con él, nos miran con un odio
mezquino, con la espesa condición arrogante
de corazones negros. En Bucarest, muy lejos.
Allí vuelve un instante. Donde ya no hay peligro.
Donde el dolor que tuvo es un pozo tan grande
que seguirá escapando. Como estallan las olas
en las oscuras rocas. Como balsas de piedra.
Así son estas manos que me pasan la firma.

Thursday, April 10, 2008

Amanecer y alevosía

Son las ocho de la mañana. Faltan dos horas para que salte la alarma del móvil. Todo iba bien cuando me giré y quise continuar durmiendo. Pero justo cuando estaba recuperando el sueño que había dejado a medias, empezó a sonar. No, el móvil no. Un trompo de hacer agujeros en la pared. Tiré un libro contra la pared para que el vecino y/o la vecina tomaran nota de mi enfado. Pero nada. El trompo daba trompazos y volteretas. Me desesperé. Bajé al salón con la ilusión de que el ruido fuera menor una planta más abajo. Y una vez allí, parecía que el dichoso vecino y/o la dichosa vecina le habían instalado al trompo un amplificador. Cogí una zapatilla de deportes que andaba por el suelo. Y con amanecer (ocho de la mañana, ya digo) y alovosía golpeé la pared como si estuviera matando una lagartija asquerosa. Aquello no paraba y la pared se puso tan negra como yo. Ella, por la suciedad de la zapatilla. Yo, también.