Tuesday, January 24, 2006

Si alguien fuera tan amable de recordarme qué se hace una noche a las dos de la madrugada con un puñado de letras, le regalaría el mismísimo puñado de letras para que me deleitara esta misma noche a las dos de la madrugada y algún minutillo más. No. Se equivoca el que piense que soy egoísta por aquello del disfrute. Las letras son el mejor regalo. Desde hace tiempo yo misma las ansío. Y no hace falta que me vengan envueltas en papel y selladas con un lazo. Simplemente, quiero letras. Quizás las sueltas sean más interesantes. Llegan sin avisar, alocadas y encima puedo hacer con sus trazos lo que me dé la gana. Pero claro, vuelvo al principio. Necesito a alguien que me recuerde qué hacer con ellas. Ahora mismo, sólo se me ocurre sonreírles (a las letras). ¿Creen que me responderán? No sé. Las letras son unas puñeteras cuando quieren. Igual les da por no aparecer un tiempo. De repente una mañana te coquetean. Y justo al anochecer te mandan a la mierda. Y así estoy yo ahora. Despechada. Sin saber si mezclarlas con las cáscaras de pipa o llevármelas a la cama para escribir un sueño a medida.