Y otra valiente más

Se llama Magda. Hoy he comido con ella. Ahí estaba, con su maleta, esperándonos en el aeropuerto como si no llevara peluca, como si no se enchufara cinco horas a una máquina, hablando del cáncer con una sonrisa en la boca. Tan pancha. La conocí hace un tiempo a través del teléfono y me enganchó su fuerza, su sentido del humor, su afán por leerle la cartilla al que se pasa de la raya… No lo está pasando bien, no es divertido quedarse sin batería –como dice ella– y sentir que tienes que cargarte para poder tirar p’alante. Un movidón. Pero ahí estaba, insisto, con su maleta, llena de vida. Y juro que lo vi cuando nos despedimos: el futuro corriendo, con la lengua fuera, detrás de ella. Yo la llamo Blancaflor.