Wednesday, April 29, 2009

Carta

Parece que no existo. Pero estoy ahí. Siempre estuve ahí. Te observé cada segundo de tus milímetros de bourbon. Soporté en silencio tus reproches sobre mi indiferencia. Mi supuesta indiferencia, añado yo. Porque nunca aparté mi vista de tus ojos, de tus labios. Ni del vómito de tu sombrero. Ni de las rayas de tu nuevo cubrecabeza. Intenté que me miraras, que prendieras fuego sobre mi barriga mientras sonaba aquella trompeta triste que se metía por dentro. Pero no, tú no. Tú te revolcabas con ella.

Te empeñabas en alardear con tus amigos sobre mí, en creerte el único hombre que me había echado de menos. Y puede que sea verdad. Nunca antes me había sentido tan deseada ni con tantas ganas de acariciar un cuerpo sano como el tuyo. Pero no soy tonta. Vi cómo brindabas con unas asquerosas tetas gordas sin que notaras que seguía estando allí, entre alcohol puro y nostálgicos acordes. Era la última noche y seguías sin mirarme a la cara. Amaneció por duodécima vez consecutiva y me fui muerta de celos.

Espera, no digas nada. Aún no. Sí, es cierto. Tienes razón. Reconozco que jugué un poco contigo. Cuando ibas a buscarme expresamente, me escondía. Una gilipollez. Y cuando me encontraste despistada, me transformé inmediatamente en un insignificante papel rosa. Muy mal, sí, también lo sé. Pero espero que aún lo conserves en tu bolsillo. Por mí, egoístamente, por mí. Aunque sea arrugado, con las mismas imperfecciones que el Katrina dejó en mi cara. Jones me las vio una noche. “No pasa nada, muñeca”, me dijo con voz de Bogart hawaiano. Y me besó.

Te espero.

Fdo.: Luna
Frenchman Street, nº 609.
New Orleans (USA)